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La Cerradura

La Cerradura

 

 

Ubicación de la Cerradura (Pegalajar) en la abertura del río Guadalbullón en la Subbética giennense

Ubicación

La Cerradura se encuentra situada a la entrada de una barrera montañosa constituida por los poderosos macizos subéticos de Sierra Mágina al este, y de la Pandera al oeste, junto a las márgenes del río Guadalbullón. La carretera nacional Bailén-Motril discurre por el centro de la misma, distando tan sólo 20 kilómetros de la capital.

Origen del nombre

El nombre de La Cerradura hace alusión, sin duda, al estrechamiento producido por los macizos montañosos, anteriormente citados, en el lugar conocido como Venta del Gallo, flanqueado por el peñón de los “Tres Quesos” y los picachos de las “orejas del cerdo”.

Su privilegiada situación, paso obligado de camino, y la fertilidad de sus tierras, regadas por las aguas del Guadalbullón, constituyen los ejes primarios sobre los que discurre la historia de la aldea y han hecho, sin duda, que estas tierras estuvieran pobladas desde la antigüedad, como lo atestiguan los numerosos restos arqueológicos aparecidos.

Restos arqueológicos

De época neolítica encontramos restos en el cerro del Oasis, donde existió un poblado ganadero con concentración de hábitat, posteriormente utilizado durante la Baja Edad Media; de esta misma época son los yacimientos del Cerro de las Canteras y Cerro de la Torre de la Cabeza, donde aparece también concentración de hábitat y resto de cerámica elaborada a mano a veces bruñida; y, por último, en la cantera del cerro de la Condesa o del Boticario, donde aparecían restos de materiales de sílex y de hueso y hoy lamentablemente destruido. De época Ibérica son muy escasos los materiales encontrados y más podemos atribuirlos al tránsito por la zona, que a la existencia de asentamientos estables.

No ocurre los mismo con los yacimientos de origen romano. La construcción de la Vía Augusta en los años 8 al 7 antes de Cristo que discurre por el centro del valle y que unía las ciudades de Cástulo con el puerto de Cartagena, hizo que en importante tránsito comercial discurriera por la zona. El descubrimiento por el autor de este artículo, en 1966, de un grupo de seis miliarios, en la ribera del río, así lo testifica; del estudio posterior, realizado en 1975 por Pierre Sillieres de cuatro de ellos, se desprende que fue utilizada al menos desde el siglo I al IV después de Cristo, sufriendo sucesivas reformas y reparaciones, al menos durante los siguientes gobiernos y años: Adriano, año 136; Máximo Daza, año 305; Constantino, año 307-317; y Crispo, año 317-326.
En la actualidad se encuentra sepultada por más de cuatro metros de tierra, procedente de los aluviones de la ladera, frecuentes en la zona y que probablemente fueran la causa de la destrucción y desaparición de la misma.

Siglos II al IV (Bajo Imperio)

Durante el Bajo Imperio, siglos II al IV, la presencia romana en la zona la atestiguan los numerosos restos de villas y necrópolis existentes, procediendo a una rigurosa parcelación de las tierras. De todos modos, la presencia de los miliarios como punto de encuentro de rutas, el constituir el límite de la Tarraconense y, por último, la presencia de alfares y de alcantarillas nos hace pensar en la posibilidad de un núcleo pequeño de población, coincidente con el de la actual aldea.

La presencia visigoda en la zona la suponemos como una continuación de la época romana, permaneciendo como zona de cultivo hasta mediados del siglo X. A partir de este momento crece la inseguridad en el valle, pasando a ser una tierra de nadie, dado el carácter fronterizo de la misma, ya en manos cristianas, ya en manos musulmanas, situación que perdurará hasta finales del siglo XV, teniendo de esta época sólo constancia del paso de varias campañas militares, de uno y otro bando, entre ellas las de Fernando III en 1225-1228 y 1244, Alfonso X, etcétera.

Torre de la Cabeza

Precisamente, de finales del siglo XV(1462) data la construcción de la actual Torre de la Cabeza, mandada construir por el condestable don Miguel Lucas de Iranzo, reutilizando parte de una torre anterior del siglo X. Esto provoca cierta confusión arquitectónica en aquellos que la visitan, pues es foso que aparece en el centro de la misma se corresponde con el primitivo acceso de la primera torre y no con la mina de escape, como piensan algunos autores.

La llegada del siglo XVI supone la pacificación del valle, volviendo a sus primitivas labores agrícolas; se construyen las primeras viviendas estables. Ejemplo de ellas es “El Cortijo de La Torre”, con magnífica portada de piedra labrada con delicada labor de almohadillado florentino y con escudo nobiliario centrado sobre la misma, coronado con cimera, y asimismo,” la casa de Las Ventanas”, probablemente del siglo XVII (hoy desaparecida).

Cantera

Durante este periodo se establecen los atractivos económicos de la nueva aldea; por un lado, la presencia de las canteras del Mercadillo, ya utilizadas en época romana, y que ahora comienzan a suministrar el noble material para la construcción de los mejores edificios de la capital. De otro lado, su huerta produce aceite, trigo, cebada, centeno, lino, seda, cáñamo, uvas, melocotones, albaricoques, ciruelas, higos, granadas, nueces y algunas hortalizas, y finalmente la ganadería, pues no hay que olvidar que el valle de La Cerradura se encontraba enclavado entre las dehesas de Potros y la del Cuchillejo.

Nacimiento de la actual aldea

Es, sin embargo, a mediados del siglo XIX, cuando podemos hablar del nacimiento definitivo de la actual aldea; por aquellos años de 1850 ya existían: La Casa Parras, La Casería del Peral, La Casa de las Ventanas, La Torre, El Molino del Zarzalejo, La Venta de Padilla, La Venta El Chaval, La Casilla de Almagro, La Casa Nueva, La Ermita de Santa Cruz, un molino harinero y varias chozas de huerta.

Si a este germen de aldea le adjuntamos la desamortización de los bienes propios, la roturación de las sierras colindantes y la construcción del Camino Real de Madrid a Granada en época de Isabel II, todo ello nos da como resultado un fuerte crecimiento demográfico, que se tradujo en un crecimiento urbano en torno a la carretera y el crecimiento de un barrio, en El Cerrillo. En el año 1930 se podían contabilizar 75 edificios y algo más de 350 habitantes, llegando a más de 500 en la década de los años 50.

Texto: Enrique Escobedo

 

 



Orden de la Caminería de La Cerradura,    enryescobedo@gmail.com
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